miércoles, 19 de abril de 2017

Expandiendo nuestro círculo de compasión. La Carne que comemos.

La gran tragedia de la Naturaleza es que es amoral. Es decir, indiferente al sufrimiento de los seres que la conforman. El sufrimiento proviene de la crueldad de los animales carnívoros que somos la prueba (otra más) de que o bien Dios no existe o bien de que sí existe pero entonces es un cabrón con pintas (peor me lo pones; todos los creyentes deberían ser temerosos de Dios, desde luego).

Para ilustrar esta introducción podría insertar un montón de vídeos de documentales de la Naturaleza en los que hermosos animales son devorados por otros hermosos animales más fuertes y con más colmillos pero, como es un espectáculo horripilante (que los nuevos documentalistas ya evitan a toda costa), les voy a ahorrar el trago. Todos saben de qué estoy hablando.

Algún día haré la lista de los 10 seres humanos más grandes de todos los tiempos. No sé cómo quedará pero, sin ninguna duda, Darwin estará en ella (muy posiblemente en primera posición). Horrorizado por la crueldad de los indígenas de la Patagonia, Darwin propuso su sublime teoría (otra más) sobre el progreso de la moral que consistiría en la expansión del círculo de compasión.

La expansión del círculo de compasión.

Puede que sea la frase más bella jamás escrita. Una frase que resume bien lo que Darwin quería decir. Nuestra compasión/empatía empieza por nuestros familiares, se amplía a vecinos, regiones, naciones, raza, etc... Y, cuál es la conclusión lógica de esta expansión?, es decir, hasta dónde debería abarcar nuestro círculo de compasión?. La respuesta es a todas las criaturas capaces de sufrir, o sea, a todos los animales.


Taiwán acaba de expandir su círculo de compasión prohibiendo el consumo de carne de perros y gatos. Y la organización Compassion in World Farming acaba de publicar en nuestro país el libro que hoy les recomendamos: La Carne que comemos (Alianza Editorial). Les copio la sinopsis:

En todo el mundo se crían unos 70.000 millones de animales de granja cada año, dos tercios de los cuales en granjas industriales. Viven permanentemente encerrados y son tratados con máquinas de producción sin acceso a pastos o forraje. La comida que se les suministra con frecuencia atraviesa varios continentes. En conjunto, consumen un tercio de los cereales producidos en el mundo, el noventa por ciento de la harina de soja y hasta el treinta por ciento de las capturas totales de pescado. Es un negocio que depende del uso de enormes cantidades de antibióticos -la mitad de los que se utilizan en el mundo-, lo que constituye el caldo de cultivo para la aparición de nuevos" supermicrobios" resistentes a los antibióticos. Consume también recursos naturales tan valiosos como agua, tierra y petróleo." La carne que comemos" muestra gráficamente qué significa la ganadería industrial y cuál es el verdadero coste de la carne barata, y hace un llamamiento a un consumo más racional, saludable y compasivo.


Cómprenlo, léanlo o regálenlo aprovechando que se acerca del Día del Libro. Podemos ser menos crueles y menos idiotas al mismo tiempo, es decir, menos bestias.

Dedicado a todos los súper héroes vegetarianos y veganos a los que tanto admiro, va este corto, documental de culto, del gran Georges Franju: La Sangre de las Bestias (1949).

***ADVERTENCIA: Contiene imágenes que pueden herir su sensibilidad. Les ofrecemos una alternativa literaria: La Jungla (1906), la inmortal obra maestra de Upton Sinclair.***

2 comentarios:

David dijo...

No he leído el libro. Pero bueno, al menos los huevos sí los compramos desde hace años de gallinas en libertad en ese plan y la carne cuando cae, creo que también. Las latas de atún y mejillones pillo las baratas. Supongo que una vez pescados ya...
Un saludito.
Darwin no estaría en mi lista. Solo saldrían personajes de ficción (es coooña).

Kinezoe dijo...

Yo abogo, simplemente, por un consumo más racional. Por definición, y desde hace miles de años, el ser humano es un animal omnívoro. No creo que debamos pasarnos todos al vegetarianismo. Acabaríamos comiendo lechuga sintética.

Lo que sí cambió ─y a peor─ en los últimos 50 años es todo el proceso que no vemos que lleva ese filete hasta nuestros platos. Ahí es donde debería ponerse un poco más de sentido común. Algo similar pasa también con las verduras, las frutas y las hortalizas. Ya nada es lo que era. Nuestros ancestros comían más sano. La industria de esta sociedad capitalista altamente egoísta lo echó todo por tierra. Y decir la industria es decir también el consumidor... Se sigue produciendo así porque se vende.

En cualquier caso, me encanta ese benévolo concepto de "la expansión del círculo de compasión".

Un saludo, Mister.

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