sábado, 24 de octubre de 2009

El Salitre de las botas de Pockollock. Capítulo XVIII.

Capítulo XVIII. La expedición Griffith. Tercera parte. Llegada a las minas de lignito.

Dos meses y medio después de abandonar la Capital Imperial, la expedición Griffith llegaba a la zona de las minas de lignito. Mientras los soldados se abastecían para la siguiente etapa saqueando y maltratando a la población local, Griffith y Zelinsky se entrevistaban con el alcalde de la última villa "civilizada" próxima a las minas: Brevosia.

El alcalde de Brevosia, Rowentall Lopinski, obsequió a sus ilustres visitantes con todas las delicatessen que una pequeña población como la suya podía ofrecer: aguamiel de higos y los famosos bollos coreanos de Brevosia, rellenos de 4 tipos de crema y una salsa picante de secreta formulación.


"Infecta y maloliente Brevosia. Villa en la que tuve la desgracia de pernoctar una aciaga jornada". Karl von Friedrichsen. Museo Arqueológico de Pittsburgh.

Griffith, tras escupir en la cara del alcalde el aguamiel y calificar cortesmente el sabor de los bollos como de "repugnante e insano" (sic), quiso contrastar con Lopinski la peligrosidad de la flor de las nieves. Lopinski, pálido, limpiose la cara de aguamiel y le respondió: "oh sire, todo lo que haya oído hablar sobre esas malditas flores es poco. Ningún caucásico osaría jamás atravesar esos campos. Solamente los 27 aborígenes arcabuceros son inmunes a su veneno. El lignito nos lo traen ellos, pero nunca a lomos de los elefantes, que no creo que entreguen jamás a las buenas, sino que el mineral es porteado por gacelas negras de aquellos parajes".

Zelinsky, que se creía más listo que nadie, pidió al alcalde un buen vaso de aguamiel de higos y, tras escupirlo de nuevo sobre su rostro y calificarlo con una amable sonrisa de "infecto mejunje pueblerino", consultó al alcalde si podría conseguirle unas muestras de tan temible planta.
"Señor , ningún caucásico puede siquiera acercarse a menos de 100 metros de aquellas malditas plantaciones, que rodean por completo a las minas, sin sufrir terribles picores y erupciones cutáneas. Mucho me temo que es imposible. Salvo que...".
El alcalde Lopinski se dio media vuelta pensativo mientras escondía la botella de aguamiel de higos y, momentos después, pronunció un nombre: Malmustus, el mulato del pueblo.
"Quizás él sí pueda. Se jacta de ello. Aunque nunca lo ha demostrado fehacientemente".

Una hora más tarde 52 guardias "lemures" traían esposado y encadenado a Malmustus el mulato, quien había sido llevado al ayuntamiento no sin oponer férrea resistencia y magullar a varios bravos "lemures" con su azada "Marietta".

"Malmustus, le mulate". Aguafuerte incluído en el cuaderno de campo de Zelinsky.

Griffith consideró que aquel hombre de aspecto salvaje se avendría a razones si le mostraba algo de clemencia y mandó que se le retiraran esposas y cadenas, momento que aprovechó el mulato para arrancar las cabezas de seis "lemures" de un azadazo.
Sorprendido por tan inesperada reacción, Randall W. Griffith, no dudó, sin embargo, en adelantarse hacia Malmustus y desafiante le dijo: "Soy el Adjunto Primero a la Cancillería General de la Reina, ¿cómo osas siquiera montar semejante escandalera frente a mi presencia?". Esta muestra de valentía y determinación cogió de sorpresa al rudo Malmustus que dudó durante unos instantes entre arrancarle a Randall primero la cabeza o las piernas, momento en el que apareció el teniente Virgil Blázquez que arrancó de las manos del mulato su "Marietta" e incrustósela raudo en su gruesa cocorota.

Malmustus, herido de gravedad e inconsciente, mas no muerto, fue fuertemente atado al escritorio renacentista del alcalde Lopinski. Cuando despertó pidió un poco de aguamiel de higos. Randall consintió y seguidamente le espetó: "Mi querido e impulsivo amigo salvaje. ¿A qué viene tanta animadversión para con nos?".
Malmustus habló por primera vez desde hacía muchos meses. Su voz era suave y cálida como cortinas de seda de la India: "Si a ud. le hubiera tratado el Imperio lo mismo que a mí, tampoco recibiría a sus representantes de buena gana".

Randall W. Griffith recordó a sus propios padres aplastados bajo patas de elefantes. A su gran amor, Margueritte Duvidier, quemada en la hoguera y arrojada después a los cerdos. Recordó también al Obispo de Vichi sur l´aprês y sus aberrantes prácticas sexuales. Sus ojos se inyectaron en sangre roja y gritó: "!Dejadnos solos!", para pasar, a continuación, a contar su triste historia y sus secretas intenciones a ese extraño con el que repentinamente había simpatizado.

Malmustus, impresionado por la tragedia de Griffith, contestó: "Sire, os ayudaré para que logréis consumar vuestra venganza. Servirá para calmar, en parte, mi propia rabia y odio hacia el Imperio. Pero antes escuchad la historia de las desventuras y males que he padecido en mis 20 años de vida. Esta es mi historia. La historia de Malmustus, el mulato".

Próxima semana: Capítulo XIX. La historia de Malmustus, el mulato.

1 comentario:

Crowley dijo...

Impresionante, ya desde el título, este conjunto de posts. Brillantísimos y muy reveladores para, quien como yo, deconociera el tema.
Saludos

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