sábado, 5 de diciembre de 2009

El Salitre de las botas de Pockollock. Capítulo XXIV.

Capítulo XXIV. Fin de la expedición de Randall W. Griffith.

Randall W. Griffith gritó: Blázquez!, ¿puede ud. decirme qué narices esta ocurriendo?, ¿cómo osa irrumpir así en mi despacho?, ¿qué le pasa hombre?, ¡está ud. pálido como un cadáver!".
Pero el Teniente Virgil Blázquez no pudo responder nada. De inmediato apareció tras él el Sargento Trevor Malmus. Mostraba un aspecto lamentable, pero una sonrisa de satisfacción adornaba su rostro y los ojos le brillaban como el fuego del infierno. Su uniforme aparecía medio destrozado y varias heridas leves de arcabuz ensangrentaban sus ropas. Llevaba en su mano derecha la azada "Marietta" completamente cubierta de sangre seca.

- Dios mío Malmus, ¿qué ha pasado?.

Trevor Malmus le contó a R. W. Griffith su versión de lo ocurrido. "Soy el único superviviente sire", añadió.
Malmus narró también cómo tras cruzar los prados de las flores de las nieves había llegado a la aldea de las minas de lignito donde fue recibido a arcabuzazos por los lugareños. Azada en mano machacó las 27 cabezas de aquellos desgraciados, encadenó a los 2.000 elefantes rojos abisinios y se los llevó a Brevosia.

- Ya tiene Ud. sus elefantes sire.
- Pero, pero.., ¿Y Zelinsky, las prostitutas y el alcalde Lopinski?.
- Muertos sire
- ¿Cómo?, ¿muertos?, ¿por qué?
- No lo sé sire. Cuando llegué al campamento con los 2.000 elefantes encontré allí sus cuerpos que enterré con mis propias manos bajo un sauce llorón armenio.

Griffith tuvo que sentarse. No entendía por qué Malmus había usado la azada para asesinar a los 27 lugareños para enterrar luego los cuerpos de Zelinsky, Lopinski y las prostitutas con sus propias manos.

Azada "Marietta". Museo antropológico de Kinshasa.

Tras unos minutos de confusión pidió que le dejaran solo. Allí, en el despacho del Ayuntamiento de Brevosia, intentó mantener la cabeza fría para evaluar el resultado de su misión. A fin de cuentas había sido un éxito. Tenía los 2.000 elefantes que iba a usar para vengar la muerte de su amada Margueritte. Las bajas habían sido mínimas. Se había hecho un descubrimiento científico importantísimo y todo parecía ir bien. Lamentó la muerte de su amigo de la infancia, Zelinsky, aunque comenzaba a estar harto de su teoría de inmersión en fluido viscoso. También se compadeció del pobre Malmustus quien no pudo disfrutar de su ansiada venganza.

Pensativo, Randall W. Griffith miró por la ventana y vio cómo era el propio Malmus el que conducía a los 2.000 elefantes rojos abisinios al recinto de confinamiento que los 2.400 soldados expedicionarios "lemures" habían estado construyendo en el centro de Brevosia para lo que habían tenido que demoler un monasterio agustino del siglo XII con un campanario de 17 metros de altura que era el orgullo de la población local y que había fundado el mismo San Agapito, patrón de los hugonotes. Ocupaban el solar ahora los elefantes que Konsultas y Kolenko le habían encargado llevar hasta la capital del Imperio. La construcción de la empalizada había talado el 95% de los recursos forestales de la zona, condenándola, muy probablemente, a una hambruna de al menos 10 años.

No es pues de extrañar que cuando la expedición Griffith abandonó unos días después Brevosia los habitantes despidieran a los soldados, -que triunfales desfilaron por las calles del pueblo-, lanzándoles piedras, jarrones, aceite hirviendo, moñigas de elefante, tijeras, anteojos y hasta el primer prototipo de bombona de butano que inventaría muchos años después, (debido al retraso que la pérdida de este prototipo ocasionó), el judeobrevosiano Isidro Gonddlemann.
Griffith mandó a Blázquez que ordenara a sus tropas no responder a las provocaciones de ese "hatajo de paletos bebedores de repugnante aguamiel".

Trevor Malmus, que cabalgaba al lado de Blázquez al que el prototipo de bombona de butano alcanzó de llenó arrancándole una de sus dos piernas de madera de boj, le dijo a pocos kilómetros del pueblo:

- Virgil, sigues siendo tan tonto como cuando te conocí luchando contra los rebeldes bogoteños. Ese Griffith es un cretino y un niñato.

Isidro Gonddlemann, inventor de la bombona de butano.

Próxima semana: Capítulo XXV. Muerte entre las flores de Zelinsky.

1 comentario:

Insanus dijo...

Bravo! Y la foto de la azada, no podía estar mejor escogida, qué buena, XDD.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails