viernes, 20 de noviembre de 2015

Palabra de Sevillano. El Prólogo de A Sangre y Fuego (1937, Manuel Chaves Nogales).

Yo era eso que los sociólogos llaman un «pequeño burgués liberal», ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo... 

Así comienza el merecidamente reivindicado prólogo de A Sangre y Fuego


Recuerden, estos extractos que reproducimos aquí son de 1937 
y los escribió el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales:

... Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.

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Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario.

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Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. 

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Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.

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Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el «camarada director», y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de «pequeño burgués liberal», de la que no renegué jamás.

Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo. Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.

Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.

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Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguis de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre su existencia. 

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El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes —según la imagen clásica— va a mantener en servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado. 

...

El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. 

...

El de que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras. Que sean éstas o aquéllas, esta mínima cosa que se decidirá al fin en torno de una mesa y que dependerá en gran parte de la inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más baratoCuando llegué a esta conclusión abandoné mi puesto en la lucha...

Montrouge (Seine), enero-mayo de 1937.

6 comentarios:

dvd dijo...

No creo que esta profunda y lúcida reflexión interese lo más mínimo en esta época. Quien lo conoce, lo respeta, lo usa como lema y bandera de su propia independencia humanista, pero quien tiene la sartén por el mango... ¡Ay amigo!... El propio Chaves Nogales lo describe, en unos cuantos párrafos ha trazado la semblanza de todo un país, una cultura, una manera de ser que no permite el desarrollo de estos "hongos", tan molestos e indescifrables, que no se pueden encerrar en una botella o archivar en un catálogo de usos y costumbres. Y digo yo ¿a que no parece "español" este parlamento?... Pues lo es, mucho más que un golpe de pecho al compás de una seguiriya o un tocino alelado por la madera de una tabernicolizada disputa acerca de si tu vecino asomó de más el culo al asomarse por la terraza, que es el tema preferido cañí por excelencia.
Y qué solos estamos...
Gracias por traer esta joya, amigo.

Mara Miniver dijo...


Qué buena entrada y qué bien traída. Perdón por pasarme menos por aquí (mi vida bloguera la tengo bastante inactiva), pero cuando lo hago siempre me alegro. España, ese país empeñado en darse muerte y siempre sobreviviente...

Un abrazo

David dijo...

He leído dos veces este libro. La segunda vez venía acompañado de un par de relatos inéditos (ambientados por aquí, por cierto).
La agonía de Francia también me gustó (aunque menos). Me faltan los otros. Tengo el de Belmonte y el de viajes por Rusia en casa...
Pero este me encantó. La entrada no la he leído. Espero que no te importe, que ya leí dos veces el prólogo en su día.
Buen fin de semana.

Rod-ae dijo...

Mr, este prólogo, como la obra completa de este hombre, con una vez ya enriquece; con plurales veces de lectura, enriquece mucho más. Para... concluir, en algunos, que es incompatible con un temperamento que NI sucumbe a la INDEFERENCIA ni se entrega al RADICALISMO, y que solo PUEDE SER cuando lo único que quede por aportar, resarciéndose en uno mismo porque eso sea el reducto de lo que nos quede, sea escribir sobre un pasado y una conciencia particular como ejemplo de algo imposible. No hay Estado que aglutine ni negocie esos principios, y la inteligencia de los negociadores que, al menos, no pase ni por la suya ni la mía. Será una economía de subsistencia, la más barata cuando abandonemos la lucha. Como siempre, saludos.

pseudosocióloga dijo...

La vuelta a Europa en avión debería ser libro de cabecera de todos aquellos que se consideran "viajados"
Su autor es el gran desconocido del mundo periodístico.

Mister Lombreeze dijo...

La vuelta a Europa en avión es un libro magnífico. En unas pocas páginas describe España, a vista d pájaro y con una prosa poética deslumbrante, mejor que muchas Historias de España de varios volúmenes!. Grandísimo escritor. Justamente reivindicado, sin duda.

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