martes, 26 de septiembre de 2017

La Colina (1965, Sidney Lumet). El Arte de doblegar a Sísifo durante la WWII.

El irregular y prolífico director estadounidense Sidney Lumet realizó, tras deslumbrar a todos con su portentoso debut de Doce Hombres Sin Piedad, un claustrofóbico e intenso drama carcelario titulado La Colina, una película de claros tintes antimilitaristas que nos habla de una cárcel dentro de otra cárcel.

Y es que hay dos cárceles en La Colina de Lumet. La prisión militar que el Ejército Británico tiene en el norte de África está encerrada dentro de otra cárcel sin muros: la de las estrictas y, en ocasiones, absurdas normas que rigen la vida castrense.

Es en este marco incomparable en el que los crueles dioses del destino y la fatalidad se sienten más cómodos y felices atormentando a los humanos.


El sargento Williams (Ian Henry) es un arquetipo del sádico carcelero; un tipejo que, al vestirse con un uniforme, se transforma en una máquina sin sentimientos que intentará demostrar a su jefe, el veterano Sargento Mayor Wilson (Harry Andrews), que no le tiembla el pulso a la hora de doblegar con firmeza y contundencia la voluntad de los prisioneros más rebeldes. También quiere autoconvencerse de que no es un cretino cuya misión en la WWII es secundaria y casi irrelevante.

Al campo llega un nuevo prisionero, el degradado Sargento Paracaidista Joe Roberts (Sean Connery), un héroe de guerra que ha sido condenado por desobedecer unas órdenes que le exigían enviar a sus hombres a una inútil carnicería. Él es la antítesis de su carcelero. Es un tipo valiente que se ha jugado el pellejo durante 3 años pero para el que el sentido del deber no está por encima del sentido común.

El caldo de cultivo para el conflicto está servido y la situación estalla cuando la cadena se rompe por el eslabón más débil: uno de los prisioneros muere agotado por los crueles castigos del Sargento Williams.


Lo mismo que Sísifo, el héroe rebelde que odiaba a los dioses y a la muerte, fue condenado a sufrir eternamente una cruel y desesperanzadora condena que consistía en subir una pesada roca a lo alto de una colina desde la que siempre volvía a caer, los guardas de la prisión militar castigan a sus prisioneros a subir y bajar una colina de arena. El objetivo de estos mediocres mini dioses es el mismo: vencer y convencer a la voluntad y al alma del hombre, mediante el martirio de su cuerpo, de la inutilidad de resistirse al poder establecido contra el que nada puede hacerse por muy crueles, arbitrarias e injustas que sean sus decisiones.

Alrededor de estos tres roles principales desfilarán por La Colina unos cuantos personajes que cubren gran parte del amplio abanico de la condición humana y de los comportamientos y posiciones que pueden tomarse, desde ambos lados de la barrera, para combatir uno de los males más dolorosos para el alma (y el cuerpo) de cualquier hombre: la injusticia.

Parece ser que Sean Connery le puso mucho empeño a su interpretación para intentar quitarse de encima el tufo de agente 007. El resultado es notable aunque queda algo eclipsado por la excelente interpretación omnipresencial del gran Harry Andrews. Esta es una de esas películas a las que le va de perlas la etiqueta de "acertados retratos psicológicos de los personajes". El más noble de todos ellos es también el más maltratado, el soldado negro Jacko King (Ossie Davis) quien tiene que sufrir, además de los castigos físicos, las burlas racistas de los diosecillos carcelarios.

La Colina es visualmente una película muy jugosa y atractiva: planos secuencia como el que abre la película (toda una declaración de intenciones), contrapicados, movimientos circulares de cámara, primeros planos cuasi expresionistas y una hermosa fotografía en b/n harán la delicia de los cinéfilos más estetas que quieran hacerme caso y vean esta historia de la que no voy a desvelar si la roca queda finalmente fija en lo alto de la colina o vuelve a caer indefinida e irremediablemente cuesta abajo.

La curiosidad: no suena ni una sola nota musical durante sus dos horas de duración y no aparece ni un solo personaje femenino.

Una película que no está exenta de algo de la teatralidad de la obra original en la que se basa pero que mantiene en todo momento la tensión y el suspense y que es absolutamente recomendable.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Vuelve... Imelda May. Should've Been You (2017). Temazo.

Imelda May, para el que no lo sepa, es una de las princesas del neorockabillismo, de las pinups y de todo ese universo revival tan molón. Les dejo con estas instrucciones para ser una imeldamay:


Pero todo cansa. E Imelda May vuelve este año con su nuevo disco Life. Love. Flesh. Blood que incluye la canción que vamos a escuchar hoy y que canta con esta nueva apariencia, un poco a lo Chrissie Hynde.


Lamento si hay muchos corazones rocanroleros rotos, pero es lo que hay.
Está igual de mona y canta igual de bien, que es lo que importa.

El caso es que hoy vamos a escuchar una muy buena canción titulada Should've Been You con la que la señorita May parece haber avanzado una década en su estilo musical pasando de los 50 a los 60 recurriendo al glorioso muro de sonido inventado por el gran Phil Spector para goce y disfrute de toda la Humanidad.

Should've Been You suena parecedísima a Sorrow (que yo creía que era de David  Bowie pero que no, que es de The McCoys). Parecidísima-parecidísima. Anyway, es una buena canción.

No les pongo el videoclip, que me parece muy hortera, y les dejo con un directo, que mola más.

martes, 19 de septiembre de 2017

Opiniones de un payaso. La polémica del cartelito de Fe de Etarras.

Antes de nada tenemos que reconocer que el juego de palabras del título de la nueva película de Borja Cobeaga es buenísimo: Fe de Etarras. Bravo (para los suspicaces: lo digo sin ironía). Es que este señor siempre ha tenido mucho talento.

El proyecto lo ha financiado Netflix. Y a sus publicistas se les ocurrió colgar, a modo de promoción, este gigantesco cartel en San Sebastián anunciando su estreno el 12 de octubre (Fiesta Nacional de España). El cebo estaba listo:


La polémica no se ha hecho esperar y las opiniones van desde el llamamiento al boicot a Netflix (y a la película) hasta ese otro llamamiento a la sacrosanta libertad creativa de los artistas (en esta categoría se incluye a los publicistas), un llamamiento al que siempre me he unido, uno y uniré como ya he demostrado en diferentes entradas de este blog.

Pues bien, a riesgo de ser pesado con el temita, hoy vengo yo a dar mi opinión.

Pero antes hay que insistir en lo importantísimo que es, o debería ser, el arte de la dialéctica, el debate y la argumentación. Twitter es, demasiado a menudo, el pozo de las falacias por excelencia. El infantilismo de sus conversaciones es ora gracioso ora desesperante. 

En el caso del cartel de Netflix el debate esta viciado porque ambas "partes" está mezclando dos cosas diferentes: la (sanísima) sátira cinematográfica con las técnicas de marketing de los publicistas.

Es muy probable que Fe de Etarras sea una película muy divertida y yo estoy completamente de acuerdo en eso de que con el humor se pueden derrotar y denunciar muchos males. Así que sí, efectivamente, las comparaciones con El Gran Dictador, etc son procedentes. Pero solamente en el debate sobre la necesidad de la sátira en el Arte. Y, recordemos, en todas las grandes sátiras del Séptimo Arte, el creador se ha reído de los malos, nunca de las víctimas.

Y luego está el otro debate. El del cartel. El de las técnicas publicitarias de los creativos de Netflix. El de la mercadotecnia que, lícitamente, busca un retorno económico de su inversión lo más alto y rápido posible. 

Lo que es indudable es que el cartel, su contenido, formato, ubicación y fecha de estreno es una clarísima provocación de mucha más alta intensidad que aquella frivolidad cocainómana del cartel de Narcos de Madrid. No creo que sea comparable. Si esto es lo que los creativos buscaban, que of course que lo buscaban, lo han conseguido. Y las reacciones, obviamente, acaban siendo de signo muy diverso.

Personalmente opino que el cartel es frívolo e innecesariamente hiriente. Es como un chiste de Irene Villa. Me provoca rechazo, como tantas otras campañas publicitarias que fueron o no retiradas por polémicas (la hemoroteca está llena de ejemplos). Recordemos que está en un espacio público (el espacio público se define como "el lugar donde cualquier persona tiene el derecho a circular en paz y armonía"). Esta ubicación no es baladí y es legítimo adecuar los estándares de valoración. El espacio público es de todos, o sea, de nadie. Y no es lo mismo retirar un cartel de la vía pública que, por ejemplo, prohibir la exhibición de una película en una sala de una empresa privada. Ojo, porque no podemos mezclar estos dos casos recurriendo, otra vez, a falacias argumentativas.

Por la iconografía de su diseño, la broma del cartel recuerda (quiero pensar que involuntariamente) a las estrategias negacionistas que comienzan con la banalización de la tragedia -> negación -> olvido -> insulto a la memoria de las víctimas. Por eso ofende. Por eso nadie, en su sano juicio, banaliza ningún genocidio. Por eso se rodaron películas como Soldado Azul y ya nadie rueda películas como Murieron con las Botas puestas.

Así que a mí el cartel me parece un desacierto y me huele a ocurrencia de pijo tonto de Starbucks e iPhone pensando la chuminada provocateur 3.0 que supere a su "genialidad" de Narcos (serie de la que no puedo opinar porque las andanzas de Pablo Escobar no me interesan lo más mínimo) mientras contempla por la ventana de una cooooooool - oficina publicitaria la Gran Vía madrileña (prejuicios míos, ya saben).

Y, la película?. Bueno, pues ya opinaremos cuando la veamos, no?.

Posdata. El Gran Dictador es una obra maestra incontestable del Cine. Una sátira genial que se ríe de Hitler, del malo. Pero como todos ya sabemos eso, aprovecho este post para recomendarles una joya olvidada, igual de valiente que El Gran Dictador pero sin pizca de humor: la maravillosa y dramática La Tormenta Mortal (1940, Frank Borzage, maestro del Cine). 

Por finalizar la cosa con una buena recomendación cinéfila.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Grandes Comienzos de Película. A Shot in the Dark.

A Shot in the Dark 
(1964, Blake Edwards) posee, posiblemente, 
el mejor comienzo de la Historia del Cine.

(Silencio dramático).

Antes de que me tachen (one more time) de hiperbólico, les invito a que rememoren el comienzo de la película con esta magistral escena...


... seguida de estos fabulosos títulos de crédito acompañados del mítico tema de Henry Mancini.

 

 Impresionante concatenación artística.

Si todavía creen que exagero, no se preocupen, pues  no era mi intención convencerles de nada y ya saben que voy sobrado de personalidad.

Aunque sí me gustaría invitarles a que escuchen de nuevo la canción de la escena inicial que es, para el que esto escribe.., 

¡¡¡ la mejor canción de Henry Mancini !!! 
(casi nada)
Shadows of Paris 
(clearly underrated).

La letra dice (más o menos): 

Por qué tenemos que vernos 
en las sombras de París, 
bajo la luz de una estrella que apenas parece brillar. 
Por qué no podemos vernos a la luz del sol París 
para que todo París sepa eres mía...

Casi nada.

Disfruten de esta maravilla (mejor a todo volumen).

 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

I Love Ludwig van Beethoven. Y punto.

Ludwig van Beethoven (1770-1827) es, para el que esto escribe, el artista más grande de la Historia de la Humanidad. Así, sin adornos. 

En 1812, Beethoven paseaba con Goethe por la alameda del balneario de Teplice. Se cruzaron con la emperatriz María Luisa de Austria & Cia. Goethe se apartó a un lado, se quitó el sombrero y saludó cortésmente. Beethoven siguió paseando y dejó atrás a los nobles, como si nada. Más tarde le dijo a Goethe que era un “lacayo”.

Esta anécdota es, muy posiblemente, falsa y, sin embargo, resume perfectamente el espíritu del arte de Beethoven: adiós al Antiguo Régimen y hola al Romanticismo, a la Ilustración, a la Fraternité y etc de cosas maravillosas que consiguieron nuestros tatarabuelos en el siglo XIX.

Y poco más. Es que me apetecía que sonara hoy Beethoven. 
Como si hicieran falta excusas para escucharlo en cualquier momento, verdad?.

Segundo movimiento, Largo, del Concierto para piano n. 3 (1800). 

Disfruten de la hermosura de está música inigualable y no se pierdan la expresividad del rostro de la gran Mitsuko Uchida:

lunes, 11 de septiembre de 2017

Socialdemocracia o Ismo.

"Prefiero antes ser un cerdo que un fascista". Porco Rosso (1992).

Cualquier historiador ecuánime les confirmará esto que voy a decirles: Mao y Stalin fueron los mayores genocidas del siglo XX. Los dos eran comunistas (aunque se llevaran regular entre ellos). Esto del ranking genocida es una verdad incuestionable y lo seguirá siendo pese a los incomprensibles negacionismos de la izquierda nostálgica.

Por cierto, las falacias argumentativas del “y tú más” de la derecha, vengan o no vengan a cuento, no cambian la realidad comunista. No utilicen una falacia argumentativa como falacia argumentativa.

Digo todo esto porque ustedes pueden poner, cómo no, lo que quieran a este respecto en sus comentarios, pero les advierto que a mí el negacionismo comunista me suena ya a tierra plana, a homeopatía, a astrología y a acupuntura. O sea, que no malgasto tiempo en rebatirlo, lo mismo que no malgasto tiempo con los creyentes.

Así que uno puede ser comunista si le viene en gana (así somos los demócratas) pero no puede alardear de Historia del Comunismo porque, al igual que la Historia del Fascismo, es una puta mierda gordísima de Historia y está plagada de asesinatos arbitrarios.

Yo soy socialdemócrata.

Stalin dijo de la socialdemocracía que era la pata izquierda del fascismo en otra de sus ingeniosas falacias justificadoras de purgas. Los comunistas nos llama(ba)n socialfascistas. Claro que también llamaban al Muro de Berlín “muro de protección antifascista” y  se quedaban tan anchos.

Han pasado un montón de décadas desde la muerte de estos genocidas comunistas y, a día de hoy, después de la crisis y de la consiguiente deriva hacia el resurgimiento de los (popul)ismos, vuelven las chorradas fascista/antifascista. Para más inri, casi nadie sabe lo que es un fascista si exceptuamos a Mussolini (el tipo que lo inventó), a Beevor, a la wikipedia, a mí y a alguno más.

Se lo voy a resumir en una sencilla fórmula:

Fascismo 

=

Totalitarismo = Estado represor, unipartidista y unipropagandista (muchas banderas y camisetas y pintadas y etc de merchandising de revolucionario del XIX).

+

Nacionalismo = Estado como encarnación del “espíritu del pueblo” (pero nadie define “espíritu” ni “pueblo”).

Con está fórmula en la mano, comprobamos que casi todos los que se autoproclaman antifascistas son, en realidad, unos fascistas de cuidado.

Porque la antítesis del Fascismo no es el Antifascismo sino la democracia liberal.

Y dentro de la democracia liberal, los socialdemócratas somos los mejores porque tenemos todas las virtudes del liberalismo y, además, somos darwinistas y expandimos nuestro círculo de compasión a todos nuestros semejantes gracias a la invención y mantenimiento del Estado de Bienestar, que es la única Revolución política virtuosa de la Historia reciente.

Así que quiero aprovechar hoy para mandar a tomar por el culo, por enésima vez, a todos los comunistas disfrazados de populistas que van de antifascistas y que tiene la desvergüenza de llamarnos fascistas, a la menor oportunidad, a los que sí podemos alardear de Historia de la Socialdemocracia.

jueves, 7 de septiembre de 2017

No me gusta el Jazz. David Brubeck meets Leonard Bernstein.

No me gusta el jazz.

Esta frase tan tremenda es, como todas las generalizaciones, un chabacano alarde de personalidad al que se le pueden buscar tantos “peros” y matices como estilos de jazz existen y que no vamos a relacionar aquí porque necesitaríamos 10 blogs como éste (bueno, como éste no, 10 blogs de los buenos). 

El caso es que cuando digo “no me gusta el jazz”, lo que quiero decir, como muchos de ustedes a lo mejor se imaginan y a lo peor comparten, es que no me gusta esto.

Me pone nervioso.


Lo que no quita para que reconozcamos aquí y ahora que el jazz (en música popular = USA) junto con el dodecafonismo (en música culta = Centroeuropa) fueron dos grandísimas revoluciones musicales de la primera mitad el siglo XX. Así lo entendió, por ejemplo, Arnold Schoenberg, el padre del dodecafonismo quien se obligó a ser moderno pese a tener alma neorromántica. Se da la circunstancia de que tampoco me gusta la música dodecafónica.

El caso es que el jazz y el dodecafonismo nacieron, crecieron y murieron (aunque perviven en el recuerdo de sus fans) cometiendo el mismo pecado mortal: se cargaron la melodía, que es el cebo musical del oído profano. O, mejor dicho, se cargaron la coherencia de la melodía en su sentido más (ultra) ortodoxo.

Resulta que mi buena amiga cibernética abril en paris se mosqueó hace unas semanas cuando dije, a propósito de La La Land, eso de que "no me gustaba el jazz" (estoy temblando cuando lea esto Kinezoe...), así que hoy vengo a dedicar a todos los amantes del jazz una hermosura de 1961.

Para todos esos “tramposos”, como yo,  a los que cuando dicen que les gusta el jazz quieren decir que les gusta el cool jazz, el del hilo musical de los ascensores de Manhattan, traigo una genial colaboración entre el pianista y compositor Dave Brubeck y Leonard Bernstein.

Les dejo con el Andante de los Diálogos para Jazz Combo y Orquesta en la versión de la Filarmónica de New York con el maestro Bernstein a la batuta.

Cinco minutos maravillosos. 

lunes, 4 de septiembre de 2017

Música Clásica de Cine. No me digas adiós. Tony Perkins canta a Bramhs.

“Ama usted a Brahms?” Ingrid Bergman en No me digas adiós (1961, Anatole Litvak).

“He tocado la música de ese patán de Brahms. ¡No tiene nada de talento el muy desgraciado! Me molesta que un mediocre ampuloso como él, sea considerado un genio” Chaikovski (que de música sabía un rato).


Extraño reparto el del triángulo amoroso de No me digas adiós: Ingrid Bergman, Yves Montand y Anthony Perkins.


Pero reconozcamos que la Bergman y el Montand tienen un magnetismo cinematográfico irresistible (de Tony Perkins no opino lo mismo, su careto siempre me ha provocado rechazo). El caso es que si unimos el magnetismo anteriormente citado a una bella fotografía en glorioso byn y a que la historia que nos cuenta la película, basada en la novela de Françoise Sagan Aimez-vous Brahms, tiene su punto con todo eso de los amoríos e infidelidades de amores maduros con jovencit@s, concluimos que no está mal emplear un par de horitas en ver esta película. Casi mejor que tuitear alguna chorrada sobre el despropósito de la manifestación post atentados en Cataluña.

De todas formas, yo quería venir a hablarles hoy de la que poco conocida faceta de Anthony Perkins como cantante. Y, para ello, les traigo esta cancioncita cuya melodía está directamente tomada de la Sifonía n. 3 de Brahms. Espero que les guste. Está muy bien. Y canta en francés.


Y ahora, el original del patán de Brahms: 

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