El gran error de Niccola Krucenku a la hora de intentar poner en marcha por primera vez la representación del "Il mio poleo" de Vinelli, fue, como se verá en subsiguientes capítulos, pecar de exceso de autoconfianza.
Hombre carismático en el mundo teatral, Krucenku, (apellido a veces escrito como Krovçensko), capaz de seducir por igual a inversionistas y a público, había logrado grandes hitos en la historia de la dramaturgia. A los 27 años consiguió subir al escenario de la Royal Opera House de Edimburgo nada más y nada menos que a 27.000 actores no profesionales, -1.000 por cada año cumplido hasta entonces-, que al unísono interpretaron el monólogo "Qué hora es" del filósofo belga Jan Sorberg. Obra que marcó un antes y un después en las representaciones teatrales europeas y que fijó normas que todavía hoy continúan vigentes, es el llamado "principio de Krucenku de la dramaturgia escénica": desde el "Qué hora es" de Krucenku no se ha vuelto a representar ninguna obra en la que el número de actores sea tan grande que impida entrar al público al teatro.
Aunque fue un fracaso de taquilla y provocó una hambruna en la barriada de Wrighttownville, -hogar de 25.000 de los actores y zona en la que todavía hoy se dan los porcentajes más altos de escorbuto del mundo-, la crítica fue unánime: había nacido un genio del teatro, Niccola Pavoni Krucencku, el húngaro que jamás dijo "no" a un buen filete.
Tras numerosos éxitos en el teatro, (recordemos "Albricia, la reina de la Nada", "Los enemigos de las ínsulas", "Alcistíades y las 20.000 hojas escarlatas" o la inolvidable "Cuando los gorriones descansen"), Krucenku, siempre ávido de nuevas experiencias, volvió sus ojos hacia la Ópera.
Su íntima amistad con el director de orquesta estadounidense John S. Telliot, -habían sido amantes durante sus años de estudiantes en la Academia Dramático Lírica de Boston-, le permitió acercarse al mundo lírico de una manera mucho más musical que teatral, convirtiendo sus montajes operísticos en modelo a seguir por las siguientes generaciones de artistas.
Taradaría Krucenku 4 años en estrenar su primera ópera, "Los pactos secretos del Diablo", drama en dos Actos de escaso valor musical pero al que, sin embargo, Krucenku consiguió sacar todo el partido posible hasta el punto de recibir ese año el Premio Internacional "Cantus Amici" otorgado por la prestigiosa Sociedad Milanesa dell´ Arte por este trabajo que incluía 126 mandolinas.
Niccola Krucenku.
Pero todo cambió cuando Krucenku leyó por primera vez un relato del conde de Lanzattini "Massimo e la buonna gente" autor también del libreto que más tardé musicó Vinelli y que es hoy día mundialmente conocido como "Il mio poleo", ("Mi pollo"), la historia del general Vastos Androstos y la reina Prifrigia.
En realidad la historia del bonachón "Massimo Antonutto" que tanto impresionó a Krucenku, la había escuchado el conde en su niñez de boca de la servidumbre de su casa de verano en Mouliniere de la Village - des -Mois, y, según contaban, estaba basada en las peripecias reales de un vecino de la zona, cuyo verdadero nombre fue Massimo Portalamendi, descendiente directo de los primeros colonizadores de aquella región, los arrogantes hixpidos. El conde confesó en su autobiografía, "El hambre que nunca sufrí", que no había modificado prácticamente nada de lo que escuchó en su niñez, si bien, no había podido confirmar hasta que punto era la leyenda de Massimo fiel a los hechos históricos.
Permitan a este humilde narrador e historiador aficionado, reseñar brevemente el primer relato que hizo famoso al conde Lanzattini, porque la historia merece la pena ser comentada.
Próxima entrega: Capítulo VI. La historia de Massimo Portalamendi.
2 comentarios:
Vale, primer de esta entrega de El salitre de las botas de Pockollock. Pues cada vez mejor, mr. lombreeze. El hambre que nunca sufrí y Cuando los gorriones descansen me hicieron escupir a la pantalla, XDD. ¿Sabes esos brotes de risa que empiezan con "tshss" y siguen con hombros bajando y subiendo? Pues así.
Insanus habla por todos. Bravo.
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