miércoles, 7 de octubre de 2009

El ocaso del Samurái (2002). Yoji Yamada. Un Eastern crepuscular.

Segunda y última entrega de nuestra semana de cine japonés. Tras el bodrio que comentamos el lunes aquí, llega el momento de recomendaros una obra maestra del cine.

Lo más parecido a un western sin ser un western son las películas de Samurais. Esto lo sabemos ya desde Akira Kurosawa, admirador confeso de las películas de John Ford y admirado y revisionado a su vez por Sergio Leone y tantos otros. Este vínculo místico entre estos dos géneros cinematográficos tan idiosincráticos, (¿existe esta palabra?), de los USA y Japón da mucho que pensar. Pero, parafraseando al sabio, que piensen otros. Nosotros admiramos a Ford y a Kurosawa -el más occidental de los directores japoneses-, y un poco menos a Leone. Y también nos admiramos de películas como "El ocaso del samurai" porque nacen clásicas y nos dejan turulatos y contentísimos de no haber malgastado dos horas de nuestras vidas.

"El ocaso del samurai" nos la cuenta y narra en off la hija de Seibei Iguchi, un samurái de bajo rango que queda viudo al cuidado de sus dos hijas pequeñas y de su anciana y demente madre. Los costes del entierro de su esposa le han hecho contraer numerosas deudas que sumadas a su escaso sueldo, (50 kokus ), le obligan a llevar una vida austera y completamente dedicada a su familia. Es por esto que sus compañeros de trabajo le llaman despectivamente "ocaso" Iguchi, ya que Seibei va directo a su casa al terminar su jornada laboral al final del día.
Un incidente le obligará a alterar su aparentemente monótona vida y se verá obligado a enfrentarse en un duelo al borracho y maltratador Toyotaro, exmarido de una amiga de la infancia de Seibei, la señorita Tomoe, quien ha sido siempre el amor platónico de Iguchi.
Seibei Iguchi ni siquiera tiene una auténtica espada, (tuvo que empeñarla para conseguir dinero), por lo que acude al combate con una espada de práctica hecha de madera. Iguchi derrota sin problemas al bravucón de Toyotaro, pero este hecho no pasará desapercibido ante su clan que le exigirá cumplir con su honor y compromiso de samurái en un Japón que comienza a mirar a Occidente a mediados del siglo XIX.

"El ocaso del samurái" contiene muchas cosas hermosas. La sensacional y sobria interpretación de su protagonista Hiroyuki Sanada, la excelente fotografía de Mutsuo Naganuma, la cuidada, estupenda, sencilla y genial planificación de escenas y planos de su director, el veteranísimo Yoji Yamada, -dando lecciones de ritmo cinematográfico-, y sobre todo mucha poesía visual, que nunca viene mal. El guión es obra del propio Yamada y se basa en las novelas de samuráis de Shuhei Fujisawa. No os perdáis tampoco las otras dos películas de Yamada que conforman su "Trilogía del Samurai".


"El ocaso del samurái" es un western crepuscular en Japón, o sea, un eastern crepuscular, en el que esos samuráis con sus códigos de honor y abnegado sentido del deber y valor en la lucha tienen que dejar sitio al Japón moderno que viene. Lo mismo que los pistoleros del oeste norteamericano iban desapareciendo ante la llegada de la Ley y el Orden y tenían que abandonar los valles, como hizo Shane.
Iguchi es un samurái atrapado entre dos tiempos y dos mundos: el que muere y le obliga a obedecer las órdenes de su clan, y el nuevo mundo que llega, ése que enseña a sus hijas a leer a Confucio para que de mayores sepan hacer algo más que coser.

Todo lo que os estoy contando me estaba encandilando durante el metraje del film, cuando finalmente llegó el epílogo, en el que una de las hijas de Ibuchi, muchos años después, reza ante la tumba de su ya difunto padre y dice:

"Muchos dicen que Seibei del ocaso fue un hombre que no tuvo mucha suerte en la vida, pero yo no estoy de acuerdo, no lo veo así. Todo depende de cómo se mire. Mi padre no era una persona que quisierra progresar en el mundo. Y aún así, no creo que en ningún momento se considerada un hombre desgraciado. Adoraba a sus dos preciosas hijas. Quería con locura a su amada esposa y seguramente vivió su corta vida en la creencia de que fue muy plena. Nuestro padre era un hombre del que podemos sentirnos orgullosas.".

Y entonces me acordé de mi padre que no es samurái pero fue pescadero y tenía unas espadas tan afiladas como una katana. Las bajábamos a afilar a una cuchería de una calle del barrio y yo miraba a mi padre cuando sacaba las cuchillas como si fuera un guerrero de la antigüedad. Y me di cuenta de que "El ocaso del samurái" era también la emotiva historia de unas hijas que comprendieron y supieron agradecer los sacrificios de su padre que llevaba los calcetines rotos y el pelo despeinado.

Curiosamente a mi padre le encantan los westerns. Gracias papi.

5 comentarios:

dvd dijo...

Bueno, esta peli me encantó, y casi no me acordaba de que la alquilé en un blockbuster de mala muerte donde nadie le hacia ni caso. Es una prueba más de que, como en todas partes, no todo lo que se hace en Japón es la hostia de bueno ni de malo. En ésta me encantó el tacto con el que el director traza a un personaje, un perdedor, que habitualmente es ridiculizado en el cine nipón. Además del realismo en las escasas escenas de lucha, donde vemos a los tipos resoplar (porque son humanos y se cansan), fallar golpes, tropezar... lo lógico, vamos... y no esa feria de movimientos matemáticos de pulcro filtro visual.
Bueno, que me gustó...

Ivan dijo...

Peliculón, igual que las otros dos que comenta de la trilogía del samurai.

Mister Lombreeze dijo...

Me alegra leer vuestros comentarios. Yo no tengo hij@s, supongo que con una pequeña "bella" como la de dvd la emoción de contemplar esta hermosura puede llegar a ser todavía más intensa.

dvd dijo...

... y usted que lo diga...

lafcadio dijo...

Una película sensacional. Y muy bien recontada, Lombreeze.

Observación de campo: Según algunos japoneses de hoy día, ellos también se irían directos a casa después del trabajo si sus mujeres no estuvieran allí.

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