No era cosa para tomarse a la ligera una expedición a la zona de las minas de lignito del Imperio. Cierto es que cuando en 1882 llegaron las tropas del general Pockollock para proteger a los obreros encargados de construir la presa, los soldados del Imperio franco-luso exterminaron a casi todo la población indígena que durante generaciones habían vivido pacíficamente en la zona. Y desde entonces los lugareños no recibían con agrado las visitas imperiales si no iban acompañadas de un gran número de fusiles y cañones por delante.
El origen de la masacre fue un malentendido que permaneció oculto durante muchos años para no empañar la imagen del ilustre general Pockollock, héroe del "Indicus affaire".
Pockollock encabezaba la marcha de sus 62.000 hombres a la llegada al poblado principal a orillas del río Motaltepletecl. Fue recibido cordialmente por una representación de los indígenas que le obsequiaron con todo tipo de presentes y le invitaron a yacer con las jóvenes más hermosas. Pockollock eligió a la bella Panagea, hija del rey Rombertton III, -inventor del globo de agua-, que gustosamente le condujo a sus aposentos ornamentados con madreselvas de coral y purpúreas guindas de Aquitania. El cuerpo desnudo de aspecto andrógino de la joven Panagea impresionó enormemente a Pockollock quien pensó que, como buena salvaje que ella era, preferiría la sodomía a cualquier otra práctica sexual. En realidad esto no era sino una pobre justificación del propio Pockollock que creyó ver en aquella ocasión la única posibilidad de poder ver cumplida una de sus mayores fantasías sexuales: acceder por la puerta de atrás de una mujer. Había recibido en varias ocasiones tajantes negativas de su esposa, la condesa de Romantillo, presidenta de la Liga Europea Antisodomita, por lo que casi había perdido la esperanza de conseguirlo.
Pockollock arrojó unos abalorios brillantes de color turquesa sobre el lecho de hojas de palmera africana que formaban aquella improvisada "cama nupcial". Panagea se inclinó a recogerlas y esta postura, tan habitual entre los animales como poco cristiana entre los humanos civilizados, elevó la libido de Pockollock a niveles de intensidad que nunca antes había experimentado. Mas cuando Panagea se percató de las intenciones sodomitas del general salió corriendo de la cabaña en busca de su padre ante el que lloró amargamente suplicándole que no permitiera al extranjero pasearse por sus posaderas.
Rombertton III se encontró con un verdadero problema: Tenía que elegir entre ofender a su huésped o que éste ofendiera a su hija. Rombertton III ofreció su propio esfínter al general imperial a cambio de que respetara el de su hija y como señal de buena voluntad colocó alrededor del cuello de Pockollock un collar de flores de las nieves, una de las especies más bellas y difíciles de encontrar en aquel lugar.
Pero lo que no sabía Rombertton III es que las flores de las nieves contienen, desde muy pequeñitas, permanganato potásico, un reactivo muy potente que, al contacto con el sudor de los caucásicos, (rico en cloruro de bromo), produce una urticaria muy llamativa y dolorosa.
El altivo Pockollock no dio tiempo a que Rombertton le colocara el collar y arrancándolo de sus manos, se lo restregó por los genitales, gritando al monarca: "Este regalo me lo paso yo por el forro de los co***es".
Tres semanas después los testículos del general seguían de color carmesí, aunque los picores habían cesado. Durante esas tres semanas los hombres de Pockollock asesinaron a no menos de 123.000 lugareños y más de un centenar de cipreses del volga.
Dicen que la madre naturaleza, (o "Mulubwa" como allí la llaman), decidió vengarse de los crueles hombres blancos y sobre las tumbas de las inocentes víctimas, cuya extensión cubre todavía en la actualidad miles de hectáreas, nacieron y crecieron sin control cientos de miles de flores de las nieves que convirtieron esa zona en una de las áreas más peligrosas y urticaristas del mundo para el hombre blanco.
Randall W. Griffith, estudioso de la vida y obra de Pockollock, conocía este peligro y temía también a los 27 habitantes de las minas de lignito cuyo manejo del arcabuz era conocido en medio mundo. Pese a todo, seguía viendo en esta expedición la mejor manera de vengar la muerte de la bella Margueritte y se decidió a llevarla a cabo con éxito.
Próxima semana: Capítulo XVII. La expedición Griffith. Segunda parte. El naturista Zelinsky, el teniente Blázquez y sus 2.500 "lemures".
2 comentarios:
[]gustosamente le condujo a sus aposentos ornamentados con madreselvas de coral y purpúreas guindas de Aquitania[]
[]esta postura, tan habitual entre los animales como poco cristiana entre los humanos civilizados,[]
Estas frases me hicieron reír y en concreto la primera me encanta por su exotismo y sonoridad.
Ah y esas tumbas malditas sobre las que crecieron plantajos urticantes, jajjaj.
Otra vez enganchado a su lírica en la reaparición de Pockollock. Rombertton III inventor del globo de agua..Flipo con sus "bautismos".
Publicar un comentario