sábado, 1 de agosto de 2009

El salitre de las botas de Pockollock. Capítulo VI.

Capítulo VI. La historia de Massimo Portalamendi.

La tata rusa del conde de Lanzattini, Madame Podovodoroga, juraba recordar haber visto ella misma, durante su infancia, en varias ocasiones, al entonces anciano Massimo Portalamendi.
Pese a su avanzada edad, conservaba Massimo el porte gallardo y la mirada altiva y desafiante que siempre le había caracterizado.

Massimo Portalamendi y su famosa espingarda.


Aunque Massimo era descendiente directo de los primeros colonizadores de la zona, -los hixpidos-, él, como prácticamente todos los escasos miembros supervivientes de su clan, vivía entre la pobreza y la miseria. Lejos quedaban aquellos tiempos en que la familia Portalamendi defendía a los lugareños del acecho de bandas de maleantes y contrabandistas. Y es que los Portalamendi solamente habían sabido hacer una cosa durante generaciones: guerrear y defender a los más necesitados.
Pero cuando toda la comarca pasó de facto a ser parte del Imperio, (Tratado de Ipstenbruck, 1776), el ejército regular y las tropas imperiales se hicieron cargo de la seguridad de sus nuevo súbditos. Las mujeres de la familia Portalamendi casáronse bien y las generosas dotes que la familia entregó acabaron hundiendo económicamente al otrora orgulloso clan. Los varones se enrolaron casi en su totalidad en el ejército imperial y algunos de ellos consiguieron una modesta fortuna e incluso sobresalir en alguna hazaña militar.

Pero Massimo, de sangre 100% hixpidítica, juró permanecer siempre disponible para ayudar a su pueblo, el mismo pueblo que con sus ofrendas de agradecimiento había enriquecido a su familia durante varias generaciones.

Firma del Tratado de Ipstenbruck.

Y es en este punto donde comienza el relato del conde de Lanzattini, "Massimo e la buonna gente" que se centra en uno de los episodios más célebres de este personaje.
Estando Massimo sentado, como cada noche, en la puerta de su cada vez más destartalada villa, con todas sus armas a mano, (las "diez de Portalamendi": florete, maza, pica, daga, hacha, ballesta, alabarda, arcabuz, espingarda y pistola), vigilante y dispuesto a acudir a socorrer a cualquiera que solicitara sus servicios, recibió la visita de un apuesto joven que, pese a la semioscuridad en la que permaneció durante toda la conversación , parecía tener unos bellos cabellos de dorados rizos. Su voz sonó suave y dulce, diríase que casi sonaba como la de una doncella.
Josten Pickletton, como dijo llamarse el joven, ("Josten" es un nombre de origen hebreo que es utilizado tanto por hombres como por mujeres), portaba a la cintura una pistola de viaje de pistón, y sobre la espalda viajaban con él 53 carabinas de diferentes calibres. Así hablo el joven Pickletton, cuyo ajustado chaleco de cuero rojo, difícilmente disimulaba sus dos prominentes pechos:

"Mis 52 hermanos mayores han sido capturados por las tropas del Imperio. Han sido injustamente acusados de cazar en territorio de la Reina y están retenidos en la cárcel de Rottenburgo. Todas sus armas han sido requisadas. Afortunadamente conservo sus 52 carabinas y la mía propia, pues suelo portearlas en las batidas que juntos hacemos cada 26 días. Le juro por lo más sagrado que esas tierras siempre han sido de la familia Pickletton y la detención de mis hermanos no es sino un abuso de las tropas reales que quieren quedarse con nuestras posesiones. Al alba serán ajusticiados. Necesito su ayuda para salvarlos".

Massimo sintióse conmovido por la historia del misterioso joven que comenzaba a fascinarle de una manera que no podía comprender. (Está clara la intención del conde de Lanzattini de plantear al lector un interesante dilema moral: ¿Qué ocurre cuando se enfrentan nuestros principios morales con la Ley?, ¿cómo resolvemos el conflicto entre lo justo y lo legal?).
El resto de la historia es de sobra conocido. Massimo llega a la conclusión de que el joven Josten es en realidad la desvalida hermanita pequeña de la familia Pickletton y, sin pensarlo dos veces, le ayuda en el asalto de la cárcel de Rottenburgo. Finalmente Massimo será apresado por la guardia de la prisión compuesta por 136.000 infantes persas. Sus armas son subastadas entre los cocineros, (la espingarda todavía puede hoy contemplarse en el Museo de la Ciudad de Leipzig), y pasará los 52 años restantes en la cárcel, lo mismo que los 52 hermanos mayores de Josten Pickletton que recibieron el indulto Real, (otra ironía en la obra del conde de Lanzattini).

Cárcel de Rottenburgo.

Durante su cautiverio, Massimo no deja de pensar en Josten, a quien no consiguen apresar los guardias durante el asalto, y tras 25 años de incertidumbres y dudas a la hora de compartir su amor secreto con los 52 hermanos con los que sí comparte celda, finalmente se decide a confesar la pasión que le consume. Massimo ama la joven Josten y lo proclama voz en grito.
El resto de los 27 años de condena, Massimo será aislado en el pabellón de los invertidos. Solo, sin otra compañía que sus recuerdos, permanecerá en su celda hasta alcanzar la libertad, solamente acompañado de un enterno dolor en su corazón y de las palabras del hermano mayor de los Pikletton resonando una y otra vez en su cabeza: "Señor Portalamendi, mi hermano Josten es varón y sufre de ginecomastia".

Próxima entrega: Capítulo VII. El primer intento de representar "Il mio poleo" de Vinelli.

3 comentarios:

MonSeñor Gusano dijo...

Que historia más grande... Portalamendi, que fallo más grande tuvo el hombre también. Quería tener tantos cuñados?

Insanus dijo...

jjajaja. Por culpa del dichoso Tratado de Ipstenbruck, suspendí en Historia Distópica y tuve que volver a examinarme en septiembre, XDD.

Aguardando a la próxima entrega,:).

lunes dijo...

fabuloso capítulo y glorioso final. ja ja

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