sábado, 22 de agosto de 2009

El salitre de las botas de Pockollock. Capítulo IX.

Capítulo IX. Las dos "K".

El accidental encuentro entre Konsultas y Kolenko resultaría a la postre crucial para la materialización del antiguo sueño de Krucenku: ver representada en un teatro de la ópera la magna obra de Vinelli, un deseo cuyo testigo habían tomado, casi al unísono, nuestros dos protagonistas.

Durante una visita del Primer Ministro Konsultas a los cerdos de las porquerizas Duvidier, -actuales herederos de los bienes de la familia de Marguerite D.-, y con motivo de la ceremonia del esparcimiento de las cenizas de la desdichada encargada de guardarropa entre el lodo de los puercos, el tenor Vladimir Kolenko, invitado de honor de Konsultas a este evento, emocionado por la escena, recordó, casi instintivamente, un pasaje de "Il mio poleo" de Vinelli. Se trataba, más concretamente, de un coro perteneciente al Acto III, en el que los holotantes de Androstos despiden a uno de sus camaradas más valientes quien había sido trágicamente fulminado, muerto y calcinado por un rayo que le acertó en su casco emplumado de acero de Turquía, en mitad del campo de batalla, durante una refriega contra los rebeldes corsos.
Píspides, que así se llamaba el capitán, quedó reducido a cenizas al instante y, según la tradición holotante, fue incinerado sobre una pila de madera de haya de 523 metros de altura. Sus soldados le cantan el célebre "Dove sei tu bermeglia calza fumatto" ("A dónde irá el humo de tus botas rojas").

"Entierro de la bella Margueritte". Escultura de Giacomo Buonafiore.

Konsultas, muchos años después, relataba a su secretario Billy Hicock Hannigan la escena que más tarde incluiría en sus memorias "Yo estuve despierto toda una noche con Konsultas": "La embajadora de Mauritania en la capital fue la encargada de portar las cenizas hasta la puerta de las porquerizas Duvidier y tras ser despedida por una banda de 300 tubas, yo mismo cogí la urna que contenía lo poco que quedaba de la desdichada Marguerite. Retiré cuidadosamente la tapa de alabastro rosa que cubría sus restos e incliné el recipiente sobre el repugnante lodo de los puercos que discutían, indiferentes ante nuestra ceremonia, sobre un tema de lindes con los vecinos de la familia Duvidier. De repente, mis temblorosas manos soltaron la urna que cayó burdamente sobre el infecto lodazal. No fue la pena por la muerte de Marguerite la que provocó tan inesperado efecto en mí, -a fin de cuentas la muchacha había merecido la muerte y no había sido nunca bien parecida-, sino el sonido de las notas de una melodía que yo conocía muy bien. Me giré bruscamente hacia Vladimir Kulenko y lo vi allí, erguido y emocionado, cantando a Sotto Voce, representante del Episcopado, los versos de Lanzattini que Vinelli había musicado en nuestra juventud: "Doooooove seiii...".

Konsultas en sus años mozos.

"Feligerio", el corcel de Konsultas, que había fallecido 25 años antes, entregó personalmente una nota de su amo a Kolenko citándole para esa misma tarde en el despacho del palacio presidencial. Pese a que la nota indicaba las 16.00 hrs como momento de la cita, Kolenko apareció en el despacho alrededor de las 17.45 hrs, tal era la familiaridad y grado de confianza que había alcanzado con Konsultas en los pocos meses que habían transcurrido desde que disfrutaba de su afecto y amistad.
Konsultas no se anduvo con rodeos y directamente abordó a Kulenko espetándole: "Vladimir, ¿dónde aprendiste la canción que cantabas esta mañana en el funeral de Marguerite D.?. Necesito saberlo."
Kulenko le narró al Primer Ministro la historia del fallido intento de Krucenku de estrenar "Il mio poleo" de Vinelli. Por su parte, Konsultas le contó sus años de amistad con el compositor a bordo de la "Portington" y cómo, él mismo en persona, había sido testigo de la creación de tan magna obra.

La torpeza de Marguerite Duvidier resultó pues ser la chispa que prendió la yesca de los ánimos de dos voluntades decididas a estrenar, por fin, la obra de Vinelli. Esa misma tarde Konstantin Konsultas promulgó un decreto por el que ponía al servicio de Vladimir Kolenko los recursos del Imperio que fueran necesarios para el montaje de la obra, llamada a conventirse en un símbolo para todos los ciudadanos del Imperio y en la gran herencia cultural que a la Historia dejarían "Los 1.500 días de Konsultas".
Actuaron como testigos firmando también el documento, Sir Joseph Bolton, Chamberlain Mayor de la Corona y el joven diplomático de fulgurante carrera Randall W. Griffith, que ocupaba entonces el cargo de Adjunto Primero a la Cancillería General de la Reina y del que las malas lenguas decían que habíase críado en un horfanato del cual nunca habría salido de no haber sido seleccionado a los 10 años para formar parte de un coro infantil silente...


Próxima entrega: Capítulo X. La historia de Randall W. Griffith (1a. parte).

2 comentarios:

José Angel dijo...

Hola, era para saludarte. Te vi en el blog de LDT. Y en efecto, adoro a Shostakovich.
Saludos.

Insanus dijo...

Leída y disfrutada esta entrega. colosal el retrato de Konsultas, :).

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