Decía Camilo José Cela en el prólogo de Mrs. Caldwell habla con su hijo (1952) que "Novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título y entre paréntesis, la palabra novela". ¿Y sesenta años después aún vamos a estar dándole vueltas al asunto de los límites del Arte?, ¿después de un siglo que ha parido obras como Seis personajes en busca de autor o El Ruido y la Furia?, ¿después de Buñuel?, ¿después del abstracto o el atonalismo?. Este debate me resulta, hoy día, cansino. Ahora me basta con el nuevo método general de clasificación feisbuquiana cuyas conclusiones se resumen, como los diez mandamientos, en dos: Me Gusta o No me Gusta.
Holy Motors es una película que puede gustar y puede no gustar y, en cualquiera de esos dos casos, no pasa nada aunque los de Días de Cine & Cia. acojonen al cinéfilo cuando dan a entender que si no te gusta es porque eres un analfabeto y un reaccionario ignorante devorador de fórmulas telefílmicas y adorador de una demoníaca trinidad tan demodé como es ésa del planteamiento, nudo y desenlace. Así que se da la paradoja de que, en el caso de Holy Motors, la heterodoxia no está en amarla (je suis moderné!) u odiarla (je suis classiqué!), dos posicionamientos que de previsibles se convienten en ordoxos, sino que está en la tercera vía, que es la del ni fu - ni fa, porque Holy Motors no es una película tan inaccesible o revolucionaria como algunos proclaman pero tampoco es una película tan absurda, innecesaria o ridícula como dicen otros. Unos quieren convertirla en tótem sagrado y otros en blanco de sus iras furibundas. ¡Viva la pasión!. Les envidio.
Vamos con la sinopsis. El protagonista absoluto de Holy Motors es un actor que da vueltas por París viajando a bordo de una enorme limusina que, a modo de carromato de circo, hace las funciones de camerino ambulante en el que, a lo largo de una jornada de trabajo y siguiendo una estricta agenda, va caracterizándose de nosécuántos personajes que protagonizarán otras tantas escenas que pueden catalogarse, sin mucho esfuerzo, como representativas de algunos de los géneros cinematográficos más populares. En ningún momento sabremos quiénes son los señores que contratan a este actor ni a qué público van dirigidas sus estrambóticas performances. El prólogo y el epílogo no se los cuento.
A la vista de esta información, no es descabellado interpretar que Holy Motors es un homenaje de su director, Leo Carax, al Cine, especialmente al cine francés o, mejor dicho, a un determinado estilo del cine francés (hay claras referencias a Tati, Godard, Demy y, sobre todo, a Franju) del que Carax se nos revela como pastor evangélico al precio de acusarnos (yo creo que injustamente) de espectadores adormilados de estómago agradecido. It´s all right, Carax, estás en tu derecho de opinar así y ambicionar un cambio de mentalidad del público. O sea, Holy Motors es un homenaje reivindicativo de un director a Su cine, un cine que, según él, ya no se hace (o se hace poco). Es un homenaje protagonizado por Su actor fetiche que personifica otro homenaje al noble oficio de la interpretación.
Todo ello servido con una generosa cobertura de surrealismo, una corriente artística de la que los gusanos nos confesamos admiradores eternos. Pero ojo, porque, en cierta medida, Carax y su nostalgia acaban siendo tan carcas cómo sus "enemigos" que son todos aquellos que lloran, en el año del septuagésimo aniversario de Casablanca, la pérdida de ese otro cine que "ya no se hace". ¿Peca Carax de prepotencia?. Claro que sí, como todos los que nos subimos a un púlpito.
Lo peligroso del asunto viene de la manipulación de una mercancía tan peligrosa...
El surrealismo y su hijo bastardo y amanerado, el realismo mágico, son armas de doble filo que, al igual que los sueños, viven de la intensidad plástica que transmiten sus imágenes y, si éstas no son lo suficientemente potentes, pueden acabar pareciendo ridículas. ¿Cuánta potencia es necesaria para evitar hacer la risa?. La unidad de medida universal en el cine la estableció Luis Buñuel en1929 cuando puso a bailar a un montón de hormigas por la palma de una mano a ritmo de Wagner.
En Holy Motors hay momentos que brillan con una intensidad cercana a ese cata-crack del 29 del Séptimo Arte. Pero hay otros momentos que palidecen demasiado y rozan la estulticia (por supuesto, en Holy Motors sale un pene erecto). Por eso, aunque Holy Motors no es un hito del cine como lo fue Un Perro Andaluz, sí es, en su conjunto, una película interesante que no aburre y, como tal, es bienvenida en nuestro blog, lo mismo que son bienvenidos sus fans y sus detractores porque ninguno de estos dos bandos serán despreciados por nuestro magnánimo intelecto.
Y es que en Holy Motors asistimos, entre otras cosas, a la Resurrección del Señor Mierda (¡amén!), al suicidio de Kilye Minogue (¡¡¡aaaaaaaaamén!!!) y al que es, posiblemente, el Entreacto más marchoso de los últimos 300 años. Disfruten de la escena. Se la recomiendo pero les advierto que si tienen ganas de invertir el valioso y escaso tiempo de sus vidas intentando descifrar qué significa.., ¡allá ustedes y sus ganas de bailarle el agua a las chanzas de los surrealistas!. Yo me contento con disfrutar de esta hermosura sin sentido.
Comienza la cuenta atrás: "Tres, Dos... ¡Mierda!".