Hacía meses que no me reía tan a gusto viendo una película en casa. En serio. Pero es que... ¿¿¿¡¡¡¿¿¿ cómo no me voy a descojonar viendo un bicho como éste???!!!???.
Me refiero al bicho rojo de atrás, no al actor Patrick Wilson aunque sea, -junto a Sam Worthington y Daniel Brühl-, uno de los más inexpresivos rostros de la actualidad cinematográfica.
Reconozco que disfruté viendo Saw allá por el año de su estreno, aunque posteriores visionados parciales en tv me han decepcionado un poco porque es una película con una premisa argumental que quema su único cartucho tras el primer visionado pero, vaya, que la propuesta era original y, en cierta medida, sí que revitalizó el género de terror-gore (al menos del terror que nos dan los sicópatas sevenianos). El resto de la filmografía de su director, el austaliano James Wan, no me había atraído en absoluto hasta que me decidí el fin de semana pasado a ver Insidious, una película cuyo principal atractivo residía en que parecía despertar filias y fobias a partes iguales. Así que, finalmente, he visto Insidious con una expectativa tan poco exigente como la de que me revitalizara un poco el viernes noche. Con eso me conformaba.
Ahora espero que ninguno de mis amigos fans de Insidious se sientan ofendidos ni incómodos en esta su casa (porque no es ésa mi intención para con ellos) por lo que voy a decir a continuación: Insidious es una memez (todo lo contrario que yo opinan my friends Insanus y David Amorós).
Prácticamente no existe nada en Insidious que no esté directamente tomado de alguno de los clásicos del cine de terror que van desde la magistral Suspense (1961) o la acongojante El Carnaval de las Álmas (1962)..,
.., pasando por la icónica Poltergeist (1982) o las inigualables e inalcanzables El Exorcista (1973) y El Resplandor (1980), y continunando con etc, etc de innumerables similitudes argumetales y estéticas de multitud de películas de casas encantadas amityvillianas, y posesiones demoniacas. Indisidious incluye también, of course, un epílogo sorpresa como lo han venido haciendo casi todas las películas malas de terror desde Viernes 13 (1980). Una firma que viene a decir "vale, es verdad que todo esto que te acabo de contar es una chorrada como un piano, pero a que esto otro del final no te lo esperabas". Una pena.
Tanta referencia en Insidious me hace llegar a la bienintencionada conclusión de que la película es un condensado homenaje a todo un género, lo que no tiene, a priori, nada de malo. Lo malo es el resultado final: es lo que técnicamente se conoce en el mundo del cine con el término "batiburrillo". Y es que el guionista Leigh Whannell monta todo un elaborado planteamiento metafísico para que unos fantasmas acaben por venir a darnos sustos haciendo chirriar puertas, tirando al suelo jarrones y apareciendo repentinamente como hacía mi abuelo por las noches cuando se levantaba a mear.
El protagonista de Insidious no es ni la casa, ni el niño, ni la madre, ni el padre, ni la abuela médium, ni los bufones cazafantasmas, ni los fantasmas, ni el demonio de pezuñas y garras. Son todos a la vez pero ninguno en concreto. ¿Eso es bueno o malo?. A la vista de los resultados es catastrófico.
Los fantasmas de Insidious son estéticamente ridículos (esto es imperdonable) y no dan mucho miedo por lo que el compositor Joseph Bishara ha tenido que currarse lo de la banda sonora para enfatizar el asunto y redundar con los chirridos de sus violines los de las bisagras de las puertas de las enormes mansiones de la película (al final va a resultar que mi padre tenía razón cuando decía: "cuanto más grande es la casa, más hay que limpiar").
Pero seamos justos y vamos a concederle a Insidious el par de méritos que sí tiene: 1.- conseguir que una casa muy bonita resulte inquietante a plena luz del día (aunque más mérito tuvo lo de Chicho cuando lo consiguió con un pueblo entero) y 2.- conseguir que el guión dé un giro inesperado en la primera parte de la trama. Pero no es suficiente para salvar a Insidious del abismo cinematográfico al que pertenece porque la segunda mitad es.., es que es.., delirante, chapucera, precipitada, torpe y ridículamente naíf (esto último es lo que resulta a muchos atractivos, como la perenne sonrisa de oligofrénica que lucía Audrey Tautou en Amélie). Ah, casi me olvido, quédense hasta el final de los títulos de crédito que cierran la película porque, ¡¡¡no se lo van a creer!!!, se van a llevar un sorpresón (espero que se note la ironía).
Es verdad que Insidious no deja indiferente: mi mujer pasó miedo y yo me partí el ojete.
Me refiero al bicho rojo de atrás, no al actor Patrick Wilson aunque sea, -junto a Sam Worthington y Daniel Brühl-, uno de los más inexpresivos rostros de la actualidad cinematográfica.
Reconozco que disfruté viendo Saw allá por el año de su estreno, aunque posteriores visionados parciales en tv me han decepcionado un poco porque es una película con una premisa argumental que quema su único cartucho tras el primer visionado pero, vaya, que la propuesta era original y, en cierta medida, sí que revitalizó el género de terror-gore (al menos del terror que nos dan los sicópatas sevenianos). El resto de la filmografía de su director, el austaliano James Wan, no me había atraído en absoluto hasta que me decidí el fin de semana pasado a ver Insidious, una película cuyo principal atractivo residía en que parecía despertar filias y fobias a partes iguales. Así que, finalmente, he visto Insidious con una expectativa tan poco exigente como la de que me revitalizara un poco el viernes noche. Con eso me conformaba.
Ahora espero que ninguno de mis amigos fans de Insidious se sientan ofendidos ni incómodos en esta su casa (porque no es ésa mi intención para con ellos) por lo que voy a decir a continuación: Insidious es una memez (todo lo contrario que yo opinan my friends Insanus y David Amorós).
Prácticamente no existe nada en Insidious que no esté directamente tomado de alguno de los clásicos del cine de terror que van desde la magistral Suspense (1961) o la acongojante El Carnaval de las Álmas (1962)..,
.., pasando por la icónica Poltergeist (1982) o las inigualables e inalcanzables El Exorcista (1973) y El Resplandor (1980), y continunando con etc, etc de innumerables similitudes argumetales y estéticas de multitud de películas de casas encantadas amityvillianas, y posesiones demoniacas. Indisidious incluye también, of course, un epílogo sorpresa como lo han venido haciendo casi todas las películas malas de terror desde Viernes 13 (1980). Una firma que viene a decir "vale, es verdad que todo esto que te acabo de contar es una chorrada como un piano, pero a que esto otro del final no te lo esperabas". Una pena.
Tanta referencia en Insidious me hace llegar a la bienintencionada conclusión de que la película es un condensado homenaje a todo un género, lo que no tiene, a priori, nada de malo. Lo malo es el resultado final: es lo que técnicamente se conoce en el mundo del cine con el término "batiburrillo". Y es que el guionista Leigh Whannell monta todo un elaborado planteamiento metafísico para que unos fantasmas acaben por venir a darnos sustos haciendo chirriar puertas, tirando al suelo jarrones y apareciendo repentinamente como hacía mi abuelo por las noches cuando se levantaba a mear.
El protagonista de Insidious no es ni la casa, ni el niño, ni la madre, ni el padre, ni la abuela médium, ni los bufones cazafantasmas, ni los fantasmas, ni el demonio de pezuñas y garras. Son todos a la vez pero ninguno en concreto. ¿Eso es bueno o malo?. A la vista de los resultados es catastrófico.
Los fantasmas de Insidious son estéticamente ridículos (esto es imperdonable) y no dan mucho miedo por lo que el compositor Joseph Bishara ha tenido que currarse lo de la banda sonora para enfatizar el asunto y redundar con los chirridos de sus violines los de las bisagras de las puertas de las enormes mansiones de la película (al final va a resultar que mi padre tenía razón cuando decía: "cuanto más grande es la casa, más hay que limpiar").
Pero seamos justos y vamos a concederle a Insidious el par de méritos que sí tiene: 1.- conseguir que una casa muy bonita resulte inquietante a plena luz del día (aunque más mérito tuvo lo de Chicho cuando lo consiguió con un pueblo entero) y 2.- conseguir que el guión dé un giro inesperado en la primera parte de la trama. Pero no es suficiente para salvar a Insidious del abismo cinematográfico al que pertenece porque la segunda mitad es.., es que es.., delirante, chapucera, precipitada, torpe y ridículamente naíf (esto último es lo que resulta a muchos atractivos, como la perenne sonrisa de oligofrénica que lucía Audrey Tautou en Amélie). Ah, casi me olvido, quédense hasta el final de los títulos de crédito que cierran la película porque, ¡¡¡no se lo van a creer!!!, se van a llevar un sorpresón (espero que se note la ironía).
Es verdad que Insidious no deja indiferente: mi mujer pasó miedo y yo me partí el ojete.